Las fiestas de la urba como nunca antes te las habían contado

fiestas de la urba

¿Estás listo para leer unas cuantas verdades sobre las fiestas de la urba?

Las urbanizaciones de las ciudades son pueblos, pero a pequeña escala. Si los de pueblo son pueblerinos, nos tomaremos la licencia de acuñar aquí el término «urbarinos» para referirnos a la fauna humana de las urbanizaciones.

Como ocurre en los pueblos, todos los urbarinos de un mismo complejo residencial se conocen entre sí; los vecinos tienen motes; hay rencillas y secretos; hay catetos y listillos; hay cotillas y muy cotillas; y se suelen recibir de vez en cuando visitas de «foráneos» llamados padres, suegros, hermanos, cuñados, amigos, carteros y repartidores varios a los que se abre sin rechistar, y mormones y «testigas» de Jehová a los que no se les abre ni el cielo cuando llueve a mares.

Como no podía ser de otro modo, al igual que en los pueblos, en las urbanizaciones también hay celebraciones populares. Son las universalmente conocidas como fiestas de la urba.

El primer denominador común de las fiestas de la urba es que suelen tener lugar durante el último fin de semana de agosto. Esto es así para que volver al trabajo sea menos traumático: después de tres días de «disfrutar» del jolgorio vecinal, regresar al curro se presenta como una opción hasta deseable.

Las fiestas de la urba se realizan simultáneamente por un sabio imperativo legal que viene a decirnos que «si hay que joderse, que se joda todo el mundo de golpe y a la vez». Imagínese uno que, tras aguantar la suya propia, dos fines de semana después tuviera que ir a la fiesta de la urba de la prima Manoli, «que nos ha dicho que nos pasemos».

Desde un punto de vista psicológico, las fiestas de la urba son un auténtico filón. Pocas veces tendrán los profesionales de esa rama la posibilidad de analizar mejor la naturaleza humana y las relaciones sociales.

Empecemos por una figura clave, determinante, imprescindible: el organizador de las fiestas de la urba. A menudo una ley no escrita, pero que todos acatan sin rechistar, establece que tal privilegio le corresponde al presidente de la urbanización y, por tanto, va rotando.

En otras ocasiones, tan grata responsabilidad es cosa siempre de un voluntario, que repite año tras año. El perfil de esta persona (predominantemente suelen ser hombres) es el de alguien con ganas de demostrar a los demás lo que vale. Los demás creen que es un don nadie, un fracasado, pero ninguno quiere para sí el marrón que él acepta gustoso, así que todos felices.

La hipocresía, envuelta en la etiqueta social del buen rollo y la amistad, es la moneda de cambio en las urbas.

La primera gran obra del organizador, que le suele llevar al menos un mes de trabajo, es el diseño y elaboración del cartel de las fiestas de la urba. Lo hace con el Paint y suele lucir clamorosas erratas y/o faltas de ortografía que algún vecino le señalará o corregirá con un boli, aprovechando el milagro de la soledad en el ascensor.

Porque el cartel se pega con fixo en el ascensor, en las puertas de cada escalera, en la de la piscina, en las del garaje, en la del portal, y hasta en los libros de los mormones y los panfletos de las «testigas» de Jehová, si hace falta.

También se mete, por supuesto, en todos y cada uno de los buzones y se envía su imagen por WhatsApp y por mail, no sea que no te enteres y te las vayas a perder.

Todo eso no quita para que Manolo o Pepe, nombre típico de los organizadores, te lo comente cuando coincides con él.

-«Oye, has visto el cartel, ¿no?»

-(Tú, por joder) «No, ¿qué cartel?»

-«El de las fiestas de la urba. Tranquilo, que vengo de la copistería, toma uno».

Lo miras y asientes, como si te interesara. Su cara de orgullo y satisfacción casi te conmueve, hasta que ves que ha tenido la desfachatez de «firmarse» el trabajo con algún chascarrillo cutre, del estilo de «Manolo Productions» o «Pepe Party Corporation presenta…».

Todo cartel de fiestas de la urba que se precie debe llevar, sí o sí, algunos de los siguientes elementos gráficos: un sol, unas gafas de sol o de agua, fuegos artificiales, flotadores, sombrillas, globos, banderas, palmeras o chanclas.

Además, el folio reúne más colores que todos los desfiles juntos de Ágata Ruiz de la Prada. Un peligro para los epilépticos. En grande, en amarillo chillón o verde fosforito, el precio por familia, que suele rondar entre los 50 y los 70 euros de media.

El programa de actos incluye siempre algún concurso de disfraces infantil en el que suelen aparecer adultos con conatos de disfraz e intentando hacerse los graciosos. Hasta los niños sienten vergüenza ajena. Incluso los que no son hijos de los disfrazados, entre los que figura, claro está Manolo/Pepe.

En su afán de superación e innovación, en los últimos años los organizadores tiran la casa por la ventana y contratan por horas castillos hinchables. Se suelen ubicar, si caben, junto a la piscina, para lanzarse desde ellos al agua. Verás a Manolo/Pepe organizando las colas, para que todo discurra en orden y no haya incidentes.

Enfrente, sentados en el borde de la piscina, Fernando y Ramón, sus «amigos» del alma de la urba, comentan por lo bajini:

-«Míralo, se siente importante el pobre diablo».

-«Ya te digo, qué payaso. Fer, ¿quieres otra birra?».

-«Sí, tío, pero están calentujas, que no hay hielo».

-«¡Manoloooooooooooo/Pepeeeeeeeeee, ven pacá, coño, que no queda hielooooooo«.

Otro de los momentos preferidos por Manolo/Pepe es el montaje de los saraos. Colocar las bombillas y los banderines, hacer como que sabe ayudando al DJ a instalar su equipo, distribuir las mesas… Todo ello «coordinando» a un amplio equipo de cuatro o cinco despistados a los que reclutó en el ascensor y que no saben decir que no.

Mientras Manolo/Pepe se deja la vida ultimando los detalles de la chocolatada (sí, una chocolatada en pleno puto mes de agosto), su mujer se está cepillando al soltero del ático. Sí, el profesor de yoga.

Lo sabe toda la urbanización menos el cornudo, claro. Por eso tanto descojone cuando se sube al toro mecánico que ha contratado como atracción estrella de este año. «Que se coja de sus propios cuernos», susurra entre risas el del tercero A al del segundo F.

Si así son todos de normal, échales alcohol a esos cuerpos. En eso consiste básicamente la cosa, que nadie se engañe. Cena de sobaquillo para amortiguar los efectos de ese macrobotellón de tres días llamado fiestas de la urba.

Padres de familia que mamaron de la ruta del bakalao y que ahora sólo salen a comprar el pan y a tirar la basura, ven el cielo abierto para reverdecer laureles y pegarse un festival aunque sea indoor. Algo así:

Resulta gracioso ver al del quinto B echar un broncazo a su hijo de 15 años, al que ha pillado fumando un porro con otros muchachos de la urba, cuando volvía del garaje con el del primero C.

-«¿Este es el ejemplo que te hemos dado en casa, eh, dime?»

-«No, papá, lo siento. Papá, tienes algo blanco ahí en la nariz»

-«Ehhhhh… Es que Carlos y yo venimos de comer ensaimadas… que las tenía en el garaje. ¡Que sea la última vez que te veo fumar, la última, ¿me has entendido? Ehhh!»

Mientras tanto, el DJ pincha música para sí mismo durante la mitad de la noche. El volumen a todo pijo durante la cena hace que la gente se comunique por WhatsApp. Porque estarán hablando entre ellos, se supone. No van a estar hablando con alguien de otro pueblo. De otra urba, entiéndase.

Hasta que las dos o tres mamis marchosas de la urba, que se han calzado para la ocasión los tacones de la última boda a la que fueron, obvian que les están matando los pies y se dirigen a «mover el esqueleto» a la pista.

Los científicos investigan por qué bailan todas exactamente igual y de la misma forma, pongan la música que pongan. O ensayan durante el resto del año o es algo congénito. Es, exactamente, como se puede ver en este vídeo:

El pinchadiscos reacciona y les pone alguna de «Grease». Cuando algunos hijos acuden a la llamada materna y el personal ya da para tren, es hora de un «Follow the leader, leader». Después, una buena serie de reguetón. El perreo. El delirio.

Los sudores empiezan a hacer mella en los kilos de maquillaje que suman las madres danzarinas. Hora de sentarse de nuevo un rato, mientras los críos juegan al escondite, al pilla-pilla o a mezclar en los vasos los restos de coca cola con cerveza, vino, fanta, vodka, ron y demás licores, por ver qué pasa. Que miren a sus padres y tendrán la respuesta.

Los machos alfa ven entonces que es el momento de tomar la pista. Cuando el DJ los ve llegar a todos con cubata en la mano, sabe lo que tiene que poner.

Como entrar a saco con el bakalao después de tanto reguetón es un poco radical, mejor empezar con algo de Dover. De ahí se pasa a algún pastelito como el «Saturday Night» de Whigfield, más conocida urbarinamente como «la del severy nait».

Después de eso, señores, se ha abierto la Revival en versión verbenera. Comienza de lleno una sesión remember que hace sentirse veinteañeros a los cuarentones y cincuentones urbarinos. Se desfasan aun a pesar de las horrendas mezclas del DJ. Dentro vídeo:

Como la edad ya es la que es, a los veinte minutos de dar botes como una bola loca, todos necesitan descansar/otro cubata más para el cuerpo. Pero el DJ ya está en modo David Guetta y no hay quien le pare.

Son las dos de la mañana, no hay ni Dios en la pista de baile, pero dale caña que no hay mañana. Se lanza un poco de humo de discoteca para que parezca que hay ambiente, y listo.

Los niños, la excusa con la que justifican los adultos la necesidad de estas fiestas en su formato actual, hace rato que van zombis o duermen estirados entre dos sillas de plástico.

Por si faltaba algo, un padre de familia, en plena fase ebria de exaltación de la hipócrita amistad urbarina, pide el micrófono y empieza a balbucear gilipolleces a grito pelado. Se lo quitan de las manos a mitad de frase cuando suelta «y a ti,  Manolo/Pepe, darte las graciassss y decirte que tu muj…».

El momento de la retirada en las fiestas de la urba
El momento de la retirada en las fiestas de la urba

Ya nadie está de fiesta, pero la fiesta continúa. Sabido es que en la urbas no hay ancianos ni bebés, ni gente que trabaja los fines de semana, ni mucho menos vecinos que no participan y quieren dormir.

Se le ha pagado al DJ para que esté hasta las tres, pues chumba chumba hasta las tres y cuarto con los bises. Oooootra, ooooootraaaaaaaa.

La proximidad habitual entre urbanizaciones hace que se mezclen las músicas en las habitaciones de quienes intentan conciliar el sueño.

Raphael convive con Paquito el Chocolatero; Camilo Sesto se superpone con Cher, que es como si se plegara el universo sobre sí mismo; Sopa de Caracol con Héroes del Silencio… En Guantánamo tienen más compasión.

Pero la venganza es un plato que se sirve frío. Bien lo saben los sociópatas que rehúsan formar parte del circo urbarino.

Aunque sea sábado o domingo por la mañana y estos seres antisociales no trabajen, es un buen momento para madrugar y ejecutar sonoras tareas de bricolaje como hacer agujeros con taladro, o simplemente poner a tope la música mientras se limpia la casa. La «despertà«, que lo llaman en Hogueras.

Pero, ojo, que Manolo/Pepe tiene los santos cojones de tocar a la puerta del sociópata y pedirle que, por favor, tenga un poco de consideración y baje el volumen, que la gente trasnochó y está durmiendo.

El sociópata para la música, enciende el ordenador y escribe en silencio un artículo sobre las fiestas de la urba, que esta noche hay más.

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