Para Samuel S. V., un torrevejense de 43 años, la vida ya no volverá a ser igual cuando acabe la crisis del coronavirus. Y no porque haya sido contagiado, ni tampoco por haber perdido a un ser querido a causa de la enfermedad. Ni siquiera ha sido despedido ni ha sido objeto de un ERTE en su empresa. Nada de eso.
A Samuel le vieron todos los compañeros de su empresa (más de 50 trabajadores) sacándose los mocos durante una videoconferencia en la que no se dio cuenta de que había activado por error su webcam.
En anteriores ocasiones la cámara no le había funcionado, por lo que solo participaba en modo audio, razón por la que aparece con un aspecto desaliñado.
La reunión telemática de trabajo acabó con decenas de mensajes de Whatsapp cruzados entre los participantes, que no daban crédito a lo que habían visto durante la misma.
«Me han dado hasta arcadas», afirmaba una de las trabajadoras de esta compañía, que se dedica al sector de la repostería artesanal y en la que Samuel es uno de los operarios que se encarga de realizar las masas.
Uno de los empleados de esta mercantil, despedido días después de la citada videoconferencia por ajustes de plantilla, ha hecho circular por las redes sociales varios vídeos breves que grabó con su móvil y en los que Samuel aparece con el dedo introducido en sus orificios nasales.
Solamente los compañeros y conocidos de Samuel saben de quién se trata, ya que en los vídeos no se identifica ni a la persona ni a la empresa.
Los gerentes de la compañía han denunciado la publicación de los mismos al considerar que pueden dañar notablemente su imagen y hacerles perder ventas, al tiempo que han rogado tanto a Samuel como al resto de amasadores que usen guantes. Siempre. Y que se laven las manos. Mucho.
Si se descubre la empresa para la que trabaja, previsiblemente le pedirán que se quede en casa. Para siempre.