Imagínate a Aurora Rodil, portavoz de Vox en el Ayuntamiento de Elche, con su sobrio traje conservador de Gilead —ese uniforme simbólico de las guardianas del orden tradicional en «El Cuento de la Criada»—, recorriendo las calles cual Tía Lydia ilicitana. En su imaginario, la mujer ideal no aspira, no opina, no lidera: simplemente sirve. Y sirve bien, ¡no vaya a ser que el patriarcado se quede sin postre!
Podríamos verla proclamando, con la solemnidad doctrinaria de Gilead: «Señoras, abandonen sus ambiciones y dedíquense al menaje doméstico. ¿Sus derechos? Mejor guárdenlos en el armario, junto a la aspiradora. No desordenen el orden natural. Alabado sea».
Manual de opresión con sonrisa de domingo
Como su homónima distópica, Rodil no necesita imponer leyes nuevas: le basta con ese manual invisible de buen comportamiento femenino que aplica con mirada severa. Su moral es tan rígida que una se puede sentir culpable hasta por comprar uvas fuera de temporada.
¿Hablar en público? Solo si repites como lorito el argumentario del partido. ¿Estudiar sobre igualdad o cuestionar el rol tradicional? Eso es traición con rímel. ¿Autonomía económica? Ni lo sueñes. Lo que se espera de ti es una sonrisa perfecta y una vocación eterna de cuidadora silenciosa.
Y si pensabas que todo esto es pura exageración, Rodil lo confirma con su retórica digna de academia distópica. Podría impartir cursos exprés como «Cómo domesticar el feminismo en cinco días» o «El arte de servir sin pensar (y sin quejarse)». Porque, claro, cuestionar el sistema se vuelve cuesta arriba cuando el mensaje es que la rebeldía femenina solo cabe en la plancha o en la cocina.

Su discurso no solo recuerda al de Tía Lydia, sino también al de Serena Joy, quien antes de la creación de Gilead era una activista que defendía la idea de que las mujeres deben regresar a su «sitio natural» en el hogar. En la serie era autora del panfleto «El lugar de la mujer» y promotora del llamado «feminismo doméstico», esa fantasía de ultraderecha en la que las mujeres regresan «libres y felices» al hogar… sin derechos ni voz propia.
Aurora no se queda atrás. Aunque es médica, madre de tres y con años de experiencia en la sanidad pública, ha optado por ser la abanderada del «servir con regocijo». En una entrevista concedida a INFORMACIÓN afirma que una sociedad no es más libre por tener más ingenieras y menos maestras, ya que «a las mujeres nos gusta servir». Traducido del voxiano: menos mujeres con poder, más mujeres con delantal.
Como Serena Joy, la pupila del comandante Waterford/Abascal desmonta los avances feministas con la elegancia de un salón bien decorado. «Servir» es libertad, «pensar» es subversión. ¿Mujeres trans? «No son mujeres», dijo en su día sin rubor, dejando claro que su cruzada moral viene con filtro excluyente y represión de fábrica.
Aurora Rodil, trasunto femenino del obispo Munilla, recoge el testigo de las mujeres que prefieren controlar a liberar, convencida de que su cruzada filosófica es un regalo para todas. La ortodoxia necesita una portavoz con voz suave y gesto afable, que repita que todo esto es «por el bien de la mujer».
Pero la emancipación real no viene con moño bajo, ni con biblia en mano, ni con sonrisa servil. Viene con derechos, títulos y, sobre todo, libertad para elegir.
Y como escribió hoy una tuitera con más tino que decoro: «A las mujeres nos gusta servir coño». Bendito sea el fruto, digo su coño.
nos gusta servir c*ño. https://t.co/LaqTIevIQX
— clàudia (@prunasovietica) June 12, 2025
Aurora Rodil sirve a la sociedad desde el púlpito político. Podría decirse que lo suyo es, en toda su dimensión, un servicio público. Tal cual:
Bajo su mirada.