Con una paciencia digna del santo Job y que le ha hecho merecedor de salir en las noticias, un joven alicantino esperó un día entero, 24 horas de reloj, hasta que abrió una tienda 24 horas del centro de la ciudad.
El chico, que responde al nombre de Julián M.S., bajó vestido de rojo desde su casa un domingo a las cinco y media de la mañana y se dirigió hasta la tienda supuestamente siempre abierta que se encuentra a tres manzanas de su domicilio.
Necesitaba algo dulce. Más que necesitarlo, le urgía, ya que, según sus propias palabras, «tras fumarme un par de porros me comí tres tigretones pero me dio antojo de pantera rosa».
Al llegar vio con sorpresa que el establecimiento estaba cerrado, pero pensó que «el dependiente habría salido a hacer cualquier cosa y volvería enseguida».
Sin embargo, la espera se hizo larga. Conforme avanzaba el tiempo aumentaba su convencimiento de que ya no tardaría mucho en abrir. «Es un 24 horas, no puede estar mucho tiempo cerrado», pensó.
«Por suerte nadie me esperaba en casa, ya que se podría haber preocupado», indica Julián, que se dedicó a contar primero los segundos, luego los minutos y al final las horas.
Un día después apareció el dependiente, con restos de tigretón en la boca y los ojos muy rojos.