En Alicante, durante el invierno, uno no sabe qué ponerse… o qué quitarse. En un mismo día igual tienes calor por la mañana que por la noche estás temblando de frío. O viceversa. Eso sí es cambio climático, Greta. Literalmente, en su máxima expresión. Esta circunstancia ha llevado a los meteorólogos a calificar el invierno alicantino como menopáusico.
Este climaterio del clima en la provincia tiene numerosas consecuencias a todos los niveles: económico, social, cultural, sanitario, sexual…
Veamos algunos ejemplos. El Corte Inglés, por ejemplo, que en otras ciudades se arroga sin pudor la autoridad de determinar cuándo empiezan las estaciones, en Alicante no se atreve.
Sus famosas «Rebajas de invierno» ha habido veces en que, para llegar a la gente, se han tenido que publicitar en una avioneta de las que vuelan frente a la playa, mientras que algún año se ha visto cartelería que decía «Ya es primavera en El Corte Inglés, por no decir verano».
Los alicantinos, que hace mucho que ya no saben lo que son las pizzas cuatro estaciones, se levantan cada día preguntándose si hoy tocará ir de corto o con abrigo y bufanda… Y el tiempo suele ser como el jurado del Benidorm Fest, empeñado en elegir lo contrario que tú.
Pasar de los sudores a los escalofríos, antes de que el covid llegara a nuestras vidas, provocaba catarros y procesos gripales, pero ahora los alicantinos han cambiado el Frenadol por los test de antígenos y las PCR.
Pero no por la paranoia de creerse contagiado tras el mínimo carraspeo o estornudo, sino porque es más agradable meterte un palito por la nariz y llegar con él hasta el cerebro que el sabor de esos polvos.
Si te sale negativo, ya sabes que tienes un resfriado. Si te sale positivo, una semana de Netflix más alegría de la hostia por no tener que beberte esos polvos con, según pone en la caja, «sabor a naranja». Los cojones. Serán naranjas de Wuhan.
Y hablando de polvos: en Alicante se folla en invierno con los calcetines puestos, contraviniendo los cánones de la libido, sí, pero por una mera cuestión de respeto a la integridad física del prójimo.
Cuenta la leyenda que ha habido amantes que perdieron alguna extremidad al contacto con los pies congelados de sus compañeros de lecho. Porque, aunque las temperaturas suban y bajen como niños en un tobogán, los pinreles tienen su propio termostato, diferenciado del resto del cuerpo.
Salvando eso, el frío se prodiga poco por la terreta. Fijémonos bien: el calor nos llega en olas, mientras que el frío lo hace en una gota. Además, de un tiempo a esta parte, ya ni eso, que a la gota fría la llamamos Dana, nombre que le va genial a una cafetería pero que a tu abuela la deja fría si lo usas para avisarla de que no salga porque va a caer la del pulpo.
Sí es cierto que cuando llega el biruji al invierno en Alicante, llega bien. Que se lo digan a las pobres alcachofas de la Vega Baja, a las que más les valdría integrarse en el catálogo de polos de Frigo, ya que todos los años, sin falta, protagonizan titulares como «Las heladas arruinan 2.000 toneladas de alcachofas…».
Helado de alcachofa, ahí lo dejamos. Peor que el Frenadol no va a saber.