Comunidad Valenciana, año 2025. La educación pública en barracones, los hospitales con falta de médicos, y los chavales de 10 años convencidos de que «Dimisión» es el segundo apellido de Carlos Mazón, ese señor que aparece en la tele sólo cuando alguien está pidiendo que se largue.
No es broma. Ojalá lo fuera. Pero la Generación Alfa, esos niños que ya nacieron con un iPad incrustado en la placenta, creen que «Carlos Mazón Dimisión» es el nombre completo del político alicantino. ¿Por qué? Porque lo han visto mil veces en pancartas, stories, hilos, tuits, pintadas, y alguna que otra pared de váter público.
Lo que parecía un clamor ciudadano se ha convertido en la mayor confusión generacional desde que los críos pensaban que «facha» era un Pokémon.
“Yo creía que era primo de Pedro Sánchez Dimisión”, dijo un niño encuestado mientras hacía scroll entre vídeos de gatos y guerras civiles ficticias hechas con Minecraft.
Otro muchacho que empieza a asomar bigotillo afirmaba no entender «por qué narices ese hombre no dice ‘misión’ de una vez y ya está. Es lo que todo el mundo le pide: ‘Di Misión, Mazón, di misión’. Pero él ni puto caso, bro, ni que costara tanto decir esa palabra».
Los padres, superados. Los profes, con temor a ser agredidos por los padres o por sus hijos. Los familiares de las víctimas de la dana, aún llorando. Y Mazón, como siempre: dando los buenos días y sonriendo con esa cara de funcionario de ventanilla que ha decidido que hoy no te toca.
El problema no es que al presidente de la Generalitat lo llamen Mazón Dimisión. El problema es que ya nadie sabe cómo se llamaba antes. Ni él. De hecho, fuentes cercanas al «¿molt honorable?» aseguran que al escuchar «¡Mazón Dimisión!» ya gira la cabeza por costumbre, como si fuera su madre gritándole en el parque.
Y ahí lo tienes. Un jefe del Consell que no puede pasear por un colegio sin que un grupo de niños crea ingenuamente que un grupo de mayores le están jaleando cuando en realidad le están enseñando la puerta. Un político que, como los Superzings, ya no interesa ni a los coleccionistas.
La Generación Alfa, sin quererlo, ha hecho el mayor acto de crítica política involuntaria de la historia: convertir un grito de protesta en nombre propio.
Porque cuando un país confunde a sus políticos con sus errores… es que igual no está tan confundido.